España ha sido durante muchos años un destino turístico de ensueño para aquellos que viven en países poco soleados, tenemos una cantidad anual de horas de sol mucho mayor a la mayoría de los países europeos y, aunque pueda parecer una ventaja, debemos tomar algunas precauciones si vamos a exponer nuestra piel al contacto directo de la luz solar.
La exposición al sol tiene muchísimas ventajas y beneficios que mejoran nuestra salud. La vitamina D, también llamada la vitamina de “la luz del sol”, que produce nuestra piel cuando se expone a la luz solar y que podemos encontrar también en diversos alimentos, nos ayuda a absorber el calcio, necesario para mantener nuestros huesos sanos y fuertes.
A parte, tiene otros beneficios cardiovasculares ya que disminuye la presión sanguínea, baja el colesterol en la sangre, aumenta la hemoglobina y mejora la capacidad de trabajo del corazón; además de mejorar la respiración, especialmente en asmáticos, así como reducir la incidencia de infecciones respiratorias. Además, mejora nuestro estado de ánimo ya que nos hace producir serotonina, también conocida como “el neurotransmisor de la felicidad”.
Aun así, sabemos que los excesos son malos y una larga exposición al sol puede acarrear algunos peligros, unos muy evidentes y otros no tanto.
El primer peligro que puede venirnos a la cabeza cuando pensamos en exponer nuestra piel demasiado tiempo a la luz solar son las quemaduras, que pueden llegar a ser de primer y segundo grado, según el tiempo de exposición. A las quemaduras les pueden preceder los eritemas, unas manchas rojas en nuestra piel que producen picor y escozor y que suelen asociarse a infecciones.
El melanoma es el tipo de cáncer de piel más mortal y una de sus causas es la larga exposición a los rayos ultravioleta (UV) que puede ser provocada por tomar el sol de manera prolongada sin ningún tipo de protección para la piel o por el bronceado en interiores.
Riesgos menos conocidos y que no se detectan a corto plazo son aquellos como el envejecimiento prematuro de la piel a causa de la deshidratación, cataratas y otros trastornos de la vista e incluso la inhibición del sistema inmunitario.
Estos síntomas suelen ser asociados a personas mayores, pero pueden ser producidos por años de exposición solar. Por eso es importante tener un buen hábito y educar desde temprana edad a adoptar unas rutinas de protección que en algunos casos pueden ser vitales.
Y es que la protección puede venir con detalles muy simples como llevar una gorra o un sombrero veraniego de ala ancha que nos proteja la cara, los ojos y en algunos casos hasta los hombros. Si llevamos gafas de sol debemos asegurarnos de que tengan la protección adecuada frente a los rayos UV ya que la ausencia de ella puede ser peligrosa para la vista.
La protección con cremas solares debe ser siempre adquirida en farmacias, ya que contarán con todas las certificaciones necesarias y podrás ser aconsejado por tu farmacéutico sobre cuál es la mejor protección para tu piel o si necesitas algún tratamiento extra de protección después de tomar el sol. En algunos casos no basta con colocarse cremas una vez al día, es más recomendable una aplicación cada 3-4 horas teniendo en cuenta que la mayor exposición se produce de las 10h a 16h y su uso deberá ser más frecuente.
Es muy aconsejable aplicar cremas reparadoras en la piel expuesta para evitar que esos problemas epidérmicos evolucionen.