La incontinencia es la pérdida de control involuntario de la vejiga o intestino, que tiene como resultado la incapacidad para contener la orina o las heces. Se trata de una condición muy prevalente y potencialmente incapacitante, tanto en personas mayores, como en aquellas que padecen enfermedades crónicas, siendo difícil de curar, pero posible de mejorar.
Su incidencia aumenta con la edad y se presenta con mayor frecuencia en mujeres y pacientes institucionalizados. Numerosos estudios han puesto de manifiesto, que la incontinencia tiene un impacto negativo sobre las esferas física, psicológica y social de quienes la padecen, disminuyendo su calidad de vida y generando un importante coste al sistema de salud.
La micción y la defecación son procesos dinámicos, controlados e inhibidos por el sistema nervioso central, que requieren de múltiples mecanismos complejos para su correcto funcionamiento. La alteración de la función o la deficiente coordinación entre dichos procesos tiene como resultado la incontinencia, siendo por ello más frecuente en enfermos crónicos.
Su mayor prevalencia con la edad se debe al aumento de patologías predisponentes como son la diabetes, enfermedades cerebrovasculares, demencia, patologías musculoesqueléticas o atrofia del suelo pélvico secundario a las gestaciones, los prolapsos uterinos o vesicales o las cirugías previas de próstata en el caso de los varones. Cabe nombrar también la iatrogenia como causa frecuente de incontinencia, ya que existen numerosos fármacos utilizados en pacientes con enfermedades crónicas, como los diuréticos, anticolinérgicos, opiáceos o hipnóticos, que favorecen el empeoramiento de la misma.
La incontinencia urinaria es más frecuente que la fecal, tratándose de una condición heterogénea, que puede presentarse de numerosas formas, siendo las más comunes la incontinencia de esfuerzo, de urgencia, por rebosamiento, la mixta y la continua o total. Las infecciones urinarias, disfunción vesical o esfinteriana o los malos hábitos miccionales entre otros, son los factores de riesgo más relevantes para su desarrollo.
La incontinencia fecal es menos frecuente y presenta una etiología multifactorial, relacionándose con patologías neurológicas, alteraciones del colon y recto como infecciones, tumores o inflamaciones secundarias a radioterapia previa. También es importante recordar que el estreñimiento crónico y uso de laxantes, la inmovilidad, así como la inadecuada ingesta de fibra y líquidos son factores de riesgo. En los pacientes con demencia severa o deterioro cognitivo avanzado de otro origen la incontinencia se produce por disfunción del centro neurológico inhibitorio y esta es la causa más frecuente entre los pacientes institucionalizados.
Una de las complicaciones más relevantes de la incontinencia, son las alteraciones de la piel, ya que la continua humedad a la que se ve expuesta, secundaria a las pérdidas de orina y heces, predispone a erosiones y sobreinfecciones, favoreciendo la formación de úlceras por presión y las infecciones fúngicas, en ocasiones difíciles de tratar.
Aproximadamente el 50% de los pacientes que padecen IU o IF padecen Dermatitis asociada a Incontinencia. También las infecciones del tracto urinario se asocian con frecuencia a la incontinencia.
Tanto la incontinencia urinaria como fecal se pueden prevenir y tratar y aunque no siempre se corrijan completamente, si pueden mejorar. La mejor manera de prevenirlas es la higiene, evitar el sedentarismo, prácticas de ejercicio físico que potencien la musculatura abdominal y perineal, mejorar los hábitos dietéticos para evitar estreñimiento, mantener adecuado control glucémico y mantener una correcta hidratación.
Una vez que la incontinencia está presente, se pueden educar los horarios de ingesta de líquidos o de diuréticos en pacientes que los necesitan, educar el control vesical mediante horarios regulares para la micción. Son muy importantes los ejercicios de rehabilitación del suelo pélvico, especialmente para los pacientes con incontinencia de esfuerzo por debilidad del periné o varones intervenidos de próstata. Los ejercicios de Kegel para fortalecimiento de la musculatura pélvica y abdominal, determinados ejercicios de pilates o la neoroestimulación del nervio tibial posterior son prácticas utilizadas en la rehabilitación de la continencia.
Existen también tratamientos farmacológicos que mejoran mucho la continencia, la mayoría de ellos sin embargo tienen propiedades anticolinérgicas, que, si bien evitan las contracciones no deseadas de la vejiga y mejoran la incontinencia de urgencia, pueden tener efectos secundarios sobre la función mental, especialmente en pacientes muy ancianos, frágiles o con deterioro cognitivo. Por este motivo y antes de iniciar el tratamiento hay que hacer una valoración individualizada de los riesgos en cada paciente.
Por último, en algunos casos la mejor opción de tratamiento será la cirugía. Esta se emplea sobretodo en la incontinencia de esfuerzo. Existen varias técnicas quirúrgicas y variantes de las mismas. Es el urólogo quien indicará la más adecuada en cada caso. Las técnicas más utilizadas son la colocación de una especie de cabestrillo para modificar la posición de la uretra en la salida del cuello vesical y los procedimientos de suspensión del cuello de la vejiga, en los que esta queda fijada mediante unos puntos de sutura, en la posición correcta. En el caso de los varones que han sufrido una cirugía radical de cáncer de próstata con afectación del esfínter vesical, existen también la posibilidad de colocación de un esfínter urinario artificial, generalmente de silicona.
El manejo de la incontinencia debe tener como objetivo disminuir sus complicaciones y minimizar el impacto negativo sobre la calidad de vida de quienes la padecen. Para muchas personas, la incontinencia tiene importantes consecuencias psicológicas y emocionales que les llevan a un gran aislamiento social. El apoyo multidisciplinar en estos casos es clave desde el principio, toda la educación de horarios, técnicas y modelos para la utilización de compresas y absorbentes o colectores, las pomadas antirritaciones y antiolores hasta el apoyo psicológico específico serán claves para conseguir que el paciente realice una actividad normal y minimice el estigma social que percibe.