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Blog Los expertos hablan

Dependencia, autonomía y autoestima

Uno de los aprendizajes más directos que realiza un cuidador en el curso de su ejercicio es el conocimiento de la fragilidad humana. El contacto diario con una persona que no se vale por sí misma, que necesita constantemente la ayuda de otra para realizar sus actividades básicas es una fuente inmensa de aprendizaje.

Esta confrontación con la vulnerabilidad es una fuente de lucidez y de liberación. Ayuda al cuidador a captar lo que es esencial y el carácter efímero y frágil de la vida humana.

Con frecuencia, el cuidador observa que la dependencia genera en la persona cuidada un sentimiento de tristeza y se siente marginada del conjunto de la sociedad. Un buen cuidador sabe transmitir la idea de que todos nos tenemos que ayudar mutuamente para vivir y que también aquella persona que, aparentemente, es autosuficiente, tampoco no lo es, porque depende de un conjunto de variables para poder seguir vivo y desarrollar sus proyectos personales.

Para cambiar esta cultura de la independencia, del éxito y de la autosuficiencia, hay que introducir una nueva cultura, tanto en las instituciones educativas como en los medios de comunicación de masas. Hay que hacer ver que la dependencia no es un hecho excepcional, ni vergonzoso. Es necesario mostrar que todos, poco o mucho, somos dependientes, nos necesitamos los unos a los otros, que no podríamos vivir aisladamente.

Las personas mayores y dependientes necesitan un entorno confortable y cómodo para poder afrontar el último tramo de sus vidas y ejercer las funciones propias de esta etapa de la vida. Necesitan transitar por espacios adecuados a sus características físicas, ámbitos de acogida en los que puedan interaccionar con otras personas y sentirse dignamente reconocidas.

El cuidador tiene que estar atento a las necesidades de su destinatario, porque van cambiando a lo largo del tiempo, pero también debe prestar atención a las propias. El cuidado de una persona depende mucho de los espacios y tiempos de que dispone, de la adaptación del entorno arquitectónico a sus necesidades. En una ética del cuidador también debemos subrayar, aunque sólo sea de pasada, este aspecto, porque el cuidador para hacer bien su trabajo necesita poderlo ejercer en entornos pensados para acoger a personas mayores y dependientes, sin barreras arquitectónicas, adaptados a sus necesidades y ritmos.

No es la persona cuidada quien se tiene que adaptar a la institución, sino la institución que debe ser pensada y construida para garantizar el mayor cuidado a la persona. El centro de la infraestructura no es el cuidador. Es la persona cuidada. Los criterios que deben regular la gestión de espacios y tiempos son para el bien de la persona mayor y dependiente, su máximo confort.

By: Francesc Torralba
Director de la Cátedra Ethos de la Universitat Ramon Llull
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